jueves, 17 de junio de 2010

Caminando con muletas


Hace dos semanas, después de seis días de quietud forzosa salí a dar mis primeros pasos con mis pies recientemente recompuestos en quirófano local. Tenía que ir a la oficina central de Boliviana de Aviación para pagar un pasaje en pleno centro de la ciudad. Asi que con el entusiasmo que los días de quietud me inyectaban salí confiada, con una muleta en cada mano, a enfrentarme a la ciudad.

Había yo pasado para entonces tres semanas en barrio residencial, en casa ajena llena de amor, pero lejos de mi bullicioso barrio y sin notarlo se habían lavado para mí los sonidos, olores y colores. Todo es más intenso en el centro de la ciudad, pero una intensidad casi alegre, sobretodo cuando uno se siente tan bien de volver a caminar.

Fue genial la experiencia de caminar la avenida Camacho con muletas. Una cuadra me tomó más de 15 minutos. Dar pasos más firmes y rápidos implicaba una dolorosa punzada inmediata, como en experimento conductista pavloviano. La única solución para avanzar era hacerlo sumamente lento y suave.

Para no estorbar en la vía pública caminé siempre muy pegadita a las paredes. Parecía una buena idea en su momento, pero me encontré con que a muchos paceños se les había ocurrido lo mismo. Sus motivos son desconocidos e incomprensibles para mí que me veía frágil y temerosa ante tanta gente. Tuve que hacer rodeos a gente pegada a las casas y tiendas, dar paso para que otro caminaran por donde yo veía necesario y seguro hacerlo y claro, cada desvío me costaba un largo minuto de desvío de la línea recta que me llevaría a tomar el taxi necesario.

Noté entonces, en mi errático y pausadísimo caminar por la ciudad, la incesante velocidad que tiene la calle. Ese fenómeno que tanto fascinó a los Futuristas hace cien años me tomó por sorpresa y es la cosa más ingenua pero qué hace uno que nunca fue a Times Square o a esas enormes intersecciones urbanas de Tokio. Pues ante esa carencia de mundo, uno se maravilla ante la velocidad de su pueblo de un millón de habitantes.

Aún así, entre el afán, los autos, los vendedores, los ejecutivos apurados, las secretarias con tacos que me miraban con cara de dolor y los irremediablemente inquietos niños, todos paraban a mirarme. Y pienso que no solo era por las muletas que designaban alguna incapacidad terriblemente suculenta a la curiosidad popular, sino por la lentitud con la que me movía.

Muy al contrario de cualquier suposición previa a esta experiencia, yo no era invisible, era de hecho, el centro de atención de la cuadra. A mí me llamaba la atención todo, la luz tan intensa y diáfana del invierno, la velocidad, el bullicio de la calle, la curiosidad y desconsideración de la gente para conmigo y mi evidente incapacidad de moverme fluidamente. Fueron en suma, los 15 minutos más intensamente vividos de mis veintiocho años de vida en esta ciudad y se asemejaron, para mí y mis constantes divagaciones por la historia a un Caribe conociendo a Colón.

3 comentarios:

  1. Hola Lucia, no sabia que tenias un blog. Me gusta mucho!!
    espero que estes ya bien de tus pies

    un abrazo
    valia

    ResponderEliminar
  2. Gracias Valia! ya estoy mejor de mis pies, ya dejé una muleta en casa jaja
    un beso!

    ResponderEliminar
  3. Que mal que los paceños no te dieron paso, en el estado en el que estuviste debías bordearlos, solo piensa como seria la reacción de la gente en Tokio o en el Times Square.

    ResponderEliminar